
Todas las muertes son la muerte.
Por ello cualquier muerte es admirable (digna de ser observada), incluso aquellas que por su notoriedad parecieran ser "especiales" o "mejores" que otras.
La muerte, profesora de humildad, a veces da clases particulares y en otras notoriamente enseña en la plaza pública, la picota, el púlpito, las pantallas o las columnas periodísticas.
Solidaricémonos con los afectados -ahora- con visita de la muerte, nosotros que lo fuimos o lo seremos. Pues todo dolor es el dolor, como toda muerte es la muerte y, cuando nuestros pechos se expandan y nuestros corazones se ablanden leyendo los testimonios de dolor literariamente narrados, uniendo al dolor el arte (¡cómo nos quemó Manrique desde niños!) recordemos, avivemos el seso y despertemos, cómo se pasa la vida, cómo se llega la muerte. Y cantemos con gozo resurrecto, ¿dónde, oh muerte, tu aguijón?
Pues el corazón vivo, canta su canción de amor que vence, cada latido, a la muerte circundante, al abismo vertiginoso, mientras a cada paso avanzado a ritmo cardiaco, se abre la jungla del futuro ignoto y tras nosotros brotan las flores, frutos y anticipos del amor.
Acompañadme en el sentimiento de vivir porque no muero todavía.
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